En efecto, las primeras observaciones de los presocráticos, sobre el principio común de la la naturaleza iban más allá de la formulación de una hipótesis científica que el tiempo hallaría falsa. Porque no se trataba simplemente de agudizar la observación empírica, ni de sostenerse en las creativas fantasías construidas por la tradición mitológica. El cambio presente en el mundo debía tener un principio anterior: la unidad. Porque en el mundo, intuían una totalidad, es decir, un sistema sostenido por leyes comunes, una misma realidad.
¿Cómo podría ser acaso el mundo un solo y muchas cosas a su vez? ¿Podía lo diverso ser acaso una apariencia? Tal fue la pregunta qué Parménides creyó responder afirmativamente. Empédocles, por su parte, pensó resolver la cuestión postulando una realidad se combinaba a partir de cuatro elementos. Pero la pregunta no parecía responderse. Ni siquiera pudo hacerlo Heráclito aun cuando su pensamiento rondara la noción de unidad en la diversidad. Serían recién Platón y Aristóteles quienes con el tiempo habrían de tener la oportunidad de buscar una nueva respuesta para esta ancestral preocupación de los filósofos griegos.