Marcuse y la Escuela de Fráncfort: Marx más Freud, u opresión más represión

Marcuse había trabajado por mucho tiempo en las trincheras de la filosofía académica y la teoría social antes de llegar a la fama en Estados Unidos en la década de 1960. Estudió filosofía en Freiburg con Husserl y Heidegger, convirtiéndose después en un asistente de ambos. Su primera publicación importante fue un intento por sintetizar la fenomenología de Heidegger con el marxismo.1

Su poderosa lealtad hacia el marxismo combinada con su Heideggeriana desconfianza hacia los elementos racionalistas del marxismo llevó a Marcuse a unir sus fuerzas con la naciente Escuela de Francfort del pensamiento social. La Escuela de Francfort fue una asociación libre de intelectuales, en su mayoría alemanes, centrada en el Instituto para la Investigación Social, liderado desde 1930 en adelante por Max Horkheimer.

Horkheimer también había sido entrenado en filosofía, habiendo completado su tesis doctoral sobre la filosofía de Kant en 1923. A partir de ese trabajo Horkheimer se dirigió directamente hacia las cuestiones de la psicología social y la política práctica. A finales de los 20s, mientras Marcuse estaba trabajando en su integración teórica de Marx y Heidegger, Horkheimer estaba arrivando a algunas conclusiones pesimistas acerca de la posibilidad del cambio político en la práctica.

Instalando frente a sí mismo la pregunta de por qué el proletariado alemán no se estaba sublevando, Horkheimer ofreció una ruptura con los puntos políticamente relevantes, considerando que cada uno era incapaz de lograr algo significativo.2 Como es natural, Horkheimer empezó su análisis con las clases obreras, dividiéndolas en empleados y desocupados. Los trabajadores, notó, no están tan mal pagados y parecen lo suficientemente contentos. Son los desocupados quienes están en la peor condición. Su situación también está empeorando, ya que a medida que la mecanización de la producción se incrementa, el desempleo también aumenta. Pero los desocupados son también la clase menos educada y la menos organizada, y eso ha imposibilitado incrementar su conciencia de clase. Un signo claro de esto es que vacilan entre votar por los comunistas, quienes están siguiendo ciegamente a Moscú, y los nacionalsocialistas que son, bueno, un montón de nazis. El único otro Partido Socialista son los socialdemócratas, pero son demasiado pragmáticos y reformistas para ser efectivos.

Así, Horkheimer llegó a la conclusión que la situación era desesperada para el socialismo. Los empleados estaban demasiado cómodos, los desocupados eran demasiado atolondrados, los socialdemócratas demasiado flojos y sosos, los comunistas demasiado obedientes y siguiendo a la autoridad, y de los nacionalsocialistas ni discutir.

Como la forma de salir del pantano, los integrantes de la Escuela de Frankfurt comenzaron a explorar la idea de agregar una psicología social más sofisticada a lógica económica e histórica del marxismo. El marxismo tradicional hizo hincapié en las leyes inexorables del desarrollo económico y restó importancia a la contribución de los actores humanos. Teniendo en cuenta que esas leyes marxistas parecían bastante más inexorables en el hecho de no cumplirse, la Escuela de Frankfurt sugirió que la historia depende tanto de los actores humanos, y sobre todo de cómo esos actores humanos se comprenden a sí mismos psicológicamente y de su situación existencial, que de la incorporación de una psicología social mejor en el marxismo se podría esperar que pudiera explicar por qué no había ocurrido aún la revolución y que sugerencias sobre qué sería necesario para hacer que ocurra.

Buscando esa psicología social sofisticada, la Escuela de Fráncfort miró hacia Sigmund Freud. Aplicando sus propias teorías psicoanalíticas a la filosofía social, en El Malestar En La Cultura (1930), Freud había argumentado que la civilización es un fenómeno inestable y superficial, basado en la represión de las energías instintivas. Bio-psicológicamente, los agentes humanos son un manojo de instintos agresivos y conflictivos , y esos instintos están constantemente presionando para conseguir su satisfacción inmediata. Su satisfacción constante e inmediata, sin embargo, imposibilitaría la vida social, por lo que las fuerzas de la civilización han ido evolucionando para suprimir incrementalmente los instintos y forzar su expresión en formas educadas, ordenadas, y racionales. La civilización es así una construcción artificial que cubre una masa hirviente de energías irracionales en el ello.

La batalla entre el ello y la cultura es continua y ocasionalmente brutal. En la medida en que el ello gana, la sociedad tiende hacia el conflicto y el caos; y en la medida en que la sociedad gana, el ello es forzado a la represión. La represión, sin embargo, meramente fuerza a las energías del ello a la clandestinidad psicológica, donde esas energías son inconscientemente desplazadas y a menudo forzadas dentro de canales irracionales. Esa energía desplazada, explicó Freud, se debe descargar finalmente, y a menudo lo hace estallando emocionalmente en forma neurótica – en forma de histerias, obsesiones, y fobias.3

La tarea del psicoanalista, por lo tanto, es rastrear la neurosis retrocediendo a través de sus canales irracionales e inconscientes hasta su origen. Los pacientes, sin embargo, a menudo interfieren con este proceso: resisten la exposición de elementos inconscientes e irracionales en sus psiquis y se aferran a las formas conscientes del comportamiento civilizado y racional que han aprendido. Así es que el psicoanalista debe encontrar la manera de circunvalar esos comportamientos bloqueantes de superficie , y de quitar el revestimiento consciente de urbanidad para explorar el ello hirviente que está por debajo. Aquí, sugirió Freud , el uso de mecanismos psicológicos no racionales se vuelve esencial – los sueños, la hipnosis, la libre asociación de ideas, los actos fallidos. Tales manifestaciones de irracionalidad son a menudo pistas de la realidad subyacente, pues se deslizan más allá de los mecanismos de defensa consciente del paciente. El psicoanalista bien entrenado, consecuentemente, es el que puede divisar la verdad dentro de lo irracional.

Para la Escuela de Francfort, Freud ofreció una psicología admirablemente adecuada para diagnosticar las patologías del capitalismo. El capitalismo, sabíamos desde Marx, está definitivamente basado en la competencia explotadora. Pero la sociedad capitalista moderna está tomando una forma tecnocrática, y dirige sus energías conflictuales hacia la creación de máquinas y burocracias corporativas. Esas máquinas y burocracias proveen al miembro promedio de la burguesía un mundo artificial de orden, control, y de confort de zoológico – pero a un costo muy alto: las personas en el capitalismo están cada vez más distantes de la naturaleza, cada vez menos espontáneas y creativas, cada vez menos conscientes de que están siendo controladas por las máquinas y las burocracias, tanto física como psicológicamente, y progresivamente ignorantes de que el mundo aparentemente cómodo en el que viven es la máscara de una realidad subyacente de brutal conflicto y competencia. 4

Stephen R. C. Hicks, Explicando el Posmodernismo , Capítulo 5, "La Crisis del Socialismo" , traducción Walter Jerusalinsky


  1. Marcuse 1928. 

  2. Horkheimer 1927, 316-18. 

  3. Freud 1930, esp. Ch. 3. 

  4. Horkheimer and Adorno 1944, xiv-xv. 


por Stephen R. C. Hicks