La revolución había comenzado con la nobleza. Al detectar la debilidad de la monarquía francesa, los nobles habían tenido éxito en 1789 en forzar una reunión de los “Estados Generales”, una institución que usualmente controlaban. Algunos de los nobles habían tenido esperanzas de aumentar el poder de la nobleza a expensas de la monarquía, y algunos habían tenido esperanzas de instituir las reformas a la Ilustración.
Los nobles, sin embargo, fueron incapaces de formar a una coalición unificada, y no pudieron competir con el vigor de los representantes liberales y radicales. El control de los eventos resbaló de las manos de los nobles, y la Revolución entró en una segunda fase más liberal. La segunda fase fue ampliamente dominada por liberales lockeanos, y fueron ellos quienes produjeron la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
Los liberales, sin embargo, no pudieron a su vez competir con el vigor de los miembros más radicales de la Revolución. A medida que los integrantes girondinos y los jacobinos asumieron mayor poder, la Revolución fue entrando en su tercera fase.
Los líderes jacobinos eran, en forma explícita, discípulos de Rousseau. Jean Paul Marat, quien lucía una apariencia desalineada y de no bañarse con la suficiente frecuencia , explicó que así lo hacía “para vivir con sencillez y de acuerdo con los preceptos de Rousseau”. Louis de Saint-Just, quizás el más sanguinario de los jacobinos, dejó en claro su devoción por Rousseau en los discursos a la Convención Nacional. Y si hablamos del más radical de los revolucionarios, Maximilien Robespierre expresó la devota opinión predominante del gran hombre: “Rousseau es el único hombre que, a través la elevación de su alma y la grandeza de su carácter, se mostró digno del rol de maestro de la humanidad”.
Bajo de control de los jacobinos, la Revolución se volvió más radical y más violenta. Ahora eran los voceros de la voluntad general, y teniendo a su diposición la "fuerza compulsiva universal" que Rousseau había soñado para combatir a las reacias voluntades privadas, los jacobinos consideraron conveniente que muchos murieran.
La guillotina se mantuvo ocupada mientras los radicales cruelmente mataron nobles, sacerdotes, y casi cualquiera cuyas ideas políticas parecieran sospechosas. “No sólo debemos castigar a los traidores”, urgió Saint-Just, “sino a todas las personas que no sean entusiastas”. La nación se había sumido en una guerra civil brutal, y en un acto enormemente simbólico, Luis XVI y María Antonieta fueron ejecutados en 1793. Eso sólo empeoró cosas, y toda Francia declinó en un Régimen del Terror.
El Terror culminó con el arresto y la ejecución de Robespierre en 1794, pero ya era demasiado tarde para Francia. Sus energías se habían disipado, la nación estaba exhausta, y se hizo un vacío de poder que llenaría Napoleón Bonaparte.
La historia de la Contra-Ilustración entonces se desplazó a los estados alemanes. Entre los intelectuales alemanes, había cierta temprana simpatía por la Revolución Francesa. Los intelectuales alemanes no eran ignorantes de la Ilustración en Inglaterra y Francia. Varios de ellos fueron atraídos por las ideas de la Ilustración, y a mediados del 1700 Federico el Grande había atraído a Berlín a varios científicos con mentalidad Ilustracionista, y también otros intelectuales. Berlín fue por un tiempo un hervidero de influencias francesas e inglesas.
Por la mayor parte, sin embargo, la Ilustración había hecho pocas incursiones entre los intelectuales de los estados alemanes. Política y económicamente, Alemania era un conjunto de estados feudales. La servidumbre no sería abolida hasta el siglo diecinueve. La mayoría de la población era analfabeta y agraria. La mayoría era profundamente religiosa, predominantemente luterana. La obediencia ciega a Dios y al señor feudal había estado arraigada por siglos. Esto fue especialmente cierto en Prusia, a cuyo pueblo Gotthold Lessing llamó “el más servil de Europa.”
Así es que entre los alemanes los reportes sobre el Terror de la Revolución Francesa causaron horror: Han matado a su rey y a su reina. Se persiguió a los sacerdotes, cortaron sus cabezas, y desfilaron por las calles de París con las cabezas insertadas en los extremos de sus lanzas.
Pero la nota que los intelectuales alemanes tomaron de la Revolución no fue que la filosofía de Rousseau era la culpable. Para la mayoría, la culpable fue claramente la filosofía de la Ilustración. La Ilustración era anti-feudal, señalaron, y la Revolución fue una demostración práctica de lo que éso significaba: el sacrificio al por mayor de los propios señores y señoras soberanos. La Ilustración era anti-religión, apuntaron, y la Revolución es una demostración práctica de qué es lo que quiere decir – matar hombres de Dios y quemar las iglesias.
Pero desde la perspectiva alemana, la situación empeoró, porque del vacío de poder en Francia surgió Napoleón.
Napoleón brindaba tambien una oportunidad para una Europa feudal debilitada. Centenares de pequeñas unidades dinásticas no eran rivales para las nuevas tácticas militares de Napoleón y su arrojada audacia. Napoleón pasó arrasando la vieja Europa feudal, barrió con los estados alemanes, derrotó a los prusianos en 1806, y procedió a cambiar todo.
Desde la perspectiva de los alemanes, Napoleón no era solamente un conquistador extranjero, era un producto de la Ilustración. Cuando conquistó él puso las reglas, extendió la igualdad ante la ley, abrió las oficinas del gobierno a la clase media, y garantizó la propiedad privada. En materia de religión, destruyó los ghettos, dio a los judíos la libertad de culto, y les dio el derecho a poseer tierras y practicar todos los oficios. Abrió escuelas públicas laicas, y modernizó la red de transporte de Europa.
Napoleón ofendió a muchas fuerzas poderosas al hacer eso. Abolió a los gremios. Enojó al clero al abolir los tribunales eclesiásticos, los diezmos, los monasterios, los conventos, los estados eclesiásticos, y se apoderó de gran parte de la propiedad de la iglesia. Enfureció a los nobles aboliendo las posesiones y derechos feudales, dividiendo las grandes posesiones, y en general aminorando el poder de los nobles sobre los campesinos. Funcionalmente , a los efectos de la perspectiva de la Ilustración, operó como un dictador benevolente que aceptó muchos de los ideales modernos pero que usó toda la fuerza del gobierno para imponerlos.
Sus imposiciones dictatoriales fueron más allá. Ejercía la censura dondequiera que iba, reclutaba a los pueblos subyugados para luchar en batallas extranjeras, y gravó con impuestos a los pueblos sometidos para financiar a Francia.
Así es que ahora la mayoría de los intelectuales alemanes afrontaban una seria crisis. La Ilustración, como ellos la vieron, no era simplemente un desastre extranjero del otro lado del Rhin – era una presencia dictatorial rigiendo Alemania en la persona de Napoleón Bonaparte. ¿De qué manera, se preguntó cada alemán, ganó Napoleón? ¿Qué habían hecho mal los alemanes? ¿Qué debía hacerse?
El poeta Johann Hölderlin, compañero de cuarto de Hegel en la universidad, declaró: “Kant es el Moisés de nuestra nación.” Para estudiar la historia de cómo Kant , ya fallecido, iba a conducir a Alemania y sacarla de la esclavitud, volvemos a Königsberg.
Tras Rousseau, el pensamiento político colectivista se dividió en versiones de Izquierda y de Derecha, tomando ambas versiones su inspiración en Rousseau.